Cuando hablamos de participación ciudadana nos estamos refiriendo a la intervención de las vecinas y vecinos en el ámbito público, es decir, al poder de decidir sobre las políticas públicas y la gestión de lo público-común.
Desde los ámbitos institucionales, y también desde algunas entidades asociativas, suele ser común considerar la participación de la ciudadanía como una forma de legitimar y reforzar las posiciones, los objetivos y las políticas de quien o quienes la promueven, ya sea a través de unas elecciones, de espacios meramente consultivos o a través de los llamados presupuestos participativos, en los que se admite la toma de decisiones, pero que en la mayoría de los casos se realiza sin deliberaciones y con metodologías competitivas.
Se aboga, igualmente, en demasiadas ocasiones, por organizar la participación en proyectos específicos, centrados en la aportación de ideas y/o en la elección entre varias opciones dadas, asimilando esto a un proceso participativo.
En el fondo de cualquier concepción de la participación que utilicemos nos encontramos con la idea de poder. Quien tiene el poder institucional (político, económico, social…) puede utilizar elementos que permitan que otras personas, otros colectivos diferentes a quienes lo detentan, participen de ese poder, y esto se puede hacer de muchas maneras, que van desde el control absoluto (hablaríamos de retórica participativa) hasta el desborde (participación desde abajo con autoorganización), aunque aquí no llega nunca por voluntad propia. A la institución le asusta el desborde.
Paralelamente al poder institucional existe el poder ciudadano, que proviene de la autoorganización de los movimientos y se conoce como contrapoder, o como iniciativa ciudadana. Unas veces de forma enfrentada y otras intentando desbordar desde los propios espacios institucionales, se trata de poner en la agenda pública aquellas cuestiones que la ciudadanía considera prioritarias, por encima de otros condicionantes.
Esta idea de poder, ya sea institucional o ciudadano, nos remite a tres elementos a tener en cuenta: para qué se participa, quienes participan y cómo se participa.
No hablamos de cuántas personas participan porque sería utilizar un enfoque de representatividad que no es el que necesitamos para que haya una participación de calidad. Los procesos participativos requieren de diversidad de discursos y de creatividad, no de cantidades… Pero si no se trabaja quiénes participan, corremos el riesgo de quedarnos sin esa diversidad de discursos y de creatividad. Y aquí es donde se encuentra la mayor dificultad, uno de los retos que aún tenemos pendiente.
El otro reto, para qué se participa, nos remite a los objetivos a alcanzar. En general, en pocas ocasiones se habla de una planificación integral participativa descentralizada, es decir, de pensar nuestras necesidades y las posibles formas y formatos de resolverlas en un marco de planificación de la ciudad, sino que se aboga por una participación puntual que no tiene en cuenta los marcos políticos, organizativos, estructurales, administrativos, económicos y sociales, ni los objetivos a corto, medio y largo plazo.
Una planificación integral participativa entendida como proceso participativo a largo plazo, con momentos de escucha activa con las redes y conjuntos de acción posibles, con momentos de reflexión, de profundización y de síntesis, con momentos de toma de decisiones y organización, con momentos de evaluación y monitoreo… por eso, hablamos de proceso educativo y de transformación social.
Y esto, ya nos define el cómo se participa: las herramientas que utilicemos vendrán siempre en función de las respuestas a nuestras dos primeras preguntas.
Actualmente, y con el cambio de la pasada legislatura, la participación política de la ciudadanía en el Ayuntamiento de Madrid, pasó de los Foros Locales, y algunos procesos específicos como la Oficina del Sureste, y decidemadrid (que se mantiene con algunos cambios), a los Consejos de Proximidad, que en nuestro distrito no consiguieron arrancar.
Comenzando nueva legislatura en este 2023, se ha abierto de nuevo la convocatoria de los Consejos.
Por otra parte, para facilitar la participación de las vecinas y vecinos, la Asociación Vecinal la Flor, publicamos en el 2006 una Guía para la Participación, centrada en el distrito pero con visión global de ciudad. La segunda edición en papel la publicamos en el año 2008 y la tercera en el 2011. A partir de aquí pasamos a la edición digital en el 2016, con el nombre de FuencActiva, que esperamos actualizar antes de finalizar el año.
También tenemos espacios formativos periódicamente, de los que posteriormente, sacamos algunas publicaciones que puedes ver aquí.